La entrada de hoy es a propósito del post que hace semanas colgó Laura en su blog CUNImicación. Este trataba sobre el arte colaborativo y Laura hablaba cómo ahora no sólo somos consumidores de arte sino que podemos convertirnos en Los Artistas y colaborar unos con otros para hacer obras, da igual dónde vivamos, el número de DNI, si tenemos estudios, si en la vida hemos ido a un museo...da igual, lo importante es tener un pc conectado a internet. Gracias a la web podemos sentirnos orgullosos de la posibilidad que tenemos de formar parte de algo grande, en plan hermandad, sin hacer grandiosos esfuerzos (o sí, siempre depende de la envergadura del proyecto artístico, se entiende). Todo esto viene porque el otro día, Matías Prats, en los informativos de las 9 comentó algo sobre un artista israelí (que lo siento muchísimo pero por más que he buscado no consigo dar con su nombre!) que se había dedicado a componer una sinfonía con distintos trozos de vídeos de youtube, inconexos entre sí pero que tenían algo en común: había algún ruido. El resultado es impresionante, buena música creada a partir de voces de hip hop, sollozos de bebés, cacerolas, punteos de guitarra, papeles de lija...y siguiendo. El problema fue que, en un principio el artista se sirvió de videos sin el permiso de los usuarios, pero su obra gustó tanto que ahora, muchos de los interesados le envían sus pedacitos de video para que componga otra obra. Condiciones: ha de haber imagen, pero por encima de todo sonido.
Espero que alguien me ayude a dar con el nombre del artista porque quería hablar sobre él y colgar un vídeo pero prometo que seguiré buscando o si no, espero que este post sirva de pretexto para encontralo vosotros.
He aquí entonces otro ejemplo de las no-fronteras de la web y de lo cerca que estamos los unos de los otros. Más cerca que nunca aunque la imagen de alguien solo frente a una pantalla pueda inducir a creer lo contrario. Vaya paradoja.
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